miércoles, 19 de septiembre de 2007

Selecciones del Reader's Cola presenta:

Queridos lectores, en este suplemento especial de su revista Zero Cola, nos enorgullece presentarles la historia de una mujer valiente, que desafió las fronteras para realizar su sueño. A continuación presentamos la primera parte de su historia en...

Bracera, casos de la vida real.

(arriba) bracera utilizada
para el tiro con arco


Mi nombre es Gina y soy la mejor. Pero como de eso no vive una, tuve que emigrar a los Estados Unidos... al menos por los próximos seis meses, que es lo que se puede quedar una sin echarse encima a la Migra.

El vuelo era a las 7:30, pero como todos sabemos, desde el 11 de Septiembre de 2001, la gente pacífica como nosotros pasó a chingarse y por lo tanto hay que llegar dos horas antes para someterse a minuciosas e incómodas investigaciones, donde sin la menor vergüenza abren tus maletas y sacan tus calzones uno a uno para cerciorarse de que no escondes ántrax, bombas o algún "objeto punzo-cortante" que amenace a la paz mundial.

Bueno, equis.

El chiste es que el domingo hice y deshice mis maletas tres veces, porque como buena damita que soy, quería traerme 7,364,873,249 artículos innecesarios y todos mis muñecos de peluche para sentirme acompañada. De última hora tomé valor y me dispuse a hacer una selección muy estricta de las cosas que realmente iba a necesitar. Al final me quedé con dos maletas grandes a punto de reventar, la backpack con mi laptop, la maleta de mi cámara con sus respectivos accesorios, obvio... y mi bolsa de mano.

El primer vuelo era México-Atlanta. Me subí al avión y me senté. Todo era felicidad cuando derrepente al gringo de al lado le empezó a dar una tos tuberculosa taaaaaaaan desagradable, que yo solo esperaba muerta de miedo el momento en que se le fuera a salir el estómago por la boca. El concierto duró exactamente 3 horas y media, o séase TODO el vuelo, pero yo que no sé perder el estilo me pasé las tres horas muy discretamente tapándome la cara con mi bufanda.

Gina al salir de México

Lo bueno fue que gracias a que por estar concentrada en protegerme del asqueroso virus flemoso de mi vecino, ni cuenta me dí del despegue ni del aterrizaje. Así que al final valió la pena.

Llegué a Atlanta y tuve que hacer una cola laaaaaaaaaaarga para pasar a la aduana, pero conocí a una muchachita chilanga que sin preguntarle nada me empezó a platicar toda su vida y a contarme su historia de amor, así que me entretuve y se me pasó rápido la hora que estuve haciendo cola. Al llegar con el oficial, le eché el choro que ya teníamos estudiadísimo: que iba a Carolina del Sur a tomar un curso sobre management de gimnasios y a estudiar el development system de las gimnastas competidoras, pero al güey pareció valerle madres porque lo único que me preguntaba era que por qué no traía los mísmos aretes que traía en la foto de la visa.... ¡o sea jelouuuu!

Así que ya estaba del otro lado, pero para el siguiente vuelo tenía que volver a documentar mis maletas y repetir la exposición de ropa interior y esta vez no estaba mi papi para ayudarme a cargar. Afortunadamente, esta vez todo fue muy ágil y en veinte minutos ya estaba abordando el segundo avión, que fue el vuelo más corto de mi vida (25 minutos).

Llegando a Patoburgo (Pob: 39,673, n. del e.) tomé un taxi conducido por la cosa más horrible que he visto en mi frijolita vida, pero muy platicador. Cada vez que él sonreía, a mí me daban ganas de llorar. Conocí a mi jefe, que es bastante amable, pues me llevó a comer (a mí ya se me pegaba el ombligo al espinazo). En la tarde, me llevó al gimnasio y me presentó a su hija Georgia (a quien vengo a suplir) y conocí a las niñas que serán mis hijas de aquí a Marzo. Las niñas son bastante lindonas y se emocionaron mucho cuando llegué. Tina no es precisamente la persona más agradable del mundo, pero mañana le voy a dar otra oportunidad de caerme bien.

Mañana me mudo al departamento y todavía hay harto que hacer.


Gina después de recibir un
Makeover en los Unáiter Estéis



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